Teníamos pendiente desde el curso pasado la reunión para comentar esta curiosa novela y hemos encontrado un hueco para reunirnos a la vuelta de las vacaciones navideñas. ¡Por fin...!
Seguramente, el frío, la oscuridad de la tarde invernal o la agotadora actividad de la mañana constituyen excusas casi perfectas para dejarse invadir por la pereza y permanecer en casita. Pero este no fue el caso del grupo de profesores del instituto que, con su ejemplar en mano, frente a los vasitos de café humeante y licor, se habían propuesto pasar un rato en buena compañía y poner esta novela en su conversación.
Comencemos por estos dos fragmentos de la obra, dos perlas que colocan directamente al lector delante del protagonista de la novela, Christopher Boone, un muchacho... peculiar:
Uno
Éste no va a ser un libro gracioso. Yo no sé contar chistes ni hacer juegos de palabras porque no los entiendo. He aquí uno, a modo de ejemplo. Es uno de los de padre.
El capitán dijo: «¡Arriba las velas!, y los de abajo se quedaron sin luz.
Sé por qué se supone que es gracioso. Lo pregunté. Es porque la palabra velas tiene dos significados, que son: 1) pieza de tela que tienen los barcos, y 2) cilindro de cera que se emplea para alumbrar.
Si trato de decir esta frase haciendo que la palabra signifique dos cosas distintas a la vez, es como si escuchara dos piezas distintas de música al mismo tiempo, lo cual es incómodo y confuso, no agradable como el ruido blanco. Es como si dos personas te hablaran a la vez sobre cosas distintas.
Y por eso en este libro no hay chistes ni juegos de palabras.
Dos
Los niños de mi colegio son estúpidos. Pero se supone que no he de llamarlos estúpidos, ni siquiera aunque sea eso lo que son. Se supone que he de decir que tienen dificultades de aprendizaje o que tienen necesidades especiales. Pero eso es estúpido, porque todo el mundo tiene dificultades de aprendizaje, porque aprender a hablar francés o entender la relatividad es difícil. Y todo el mundo tiene necesidades especiales, como Padre, que tiene que llevar siempre encima una cajita de pastillas de edulcorante artificial que echa al café para no engordar, o la señora Peters, que lleva en el oído un aparato de color beis para oír mejor, o Siobhan, que lleva unas gafas tan gruesas que si te las pones te dan dolor de cabeza, y ninguna de esas personas son de Necesidades Especiales, incluso aunque tengan necesidades especiales.
Pero Siobhan dijo que teníamos que utilizar otras palabras porque a los niños del colegio la gente solía llamarlos cortos y bilis y memos, que eran palabras muy feas. Pero eso también es una estupidez porque a veces los niños de la escuela de un poco más allá de nuestra calle nos ven al bajar del autocar y nos gritan “¡Necesidades especiales! ¡Necesidades especiales!”. Pero yo no hago caso porque no escucho lo que dicen las demás personas y a palabras necias oídos sordos y llevo conmigo mi navaja del Ejército Suizo y si me pegan y yo los mato será en defensa propia y no iré a la cárcel.