Miriam González, de 3º de ESO D, plantea en esta columna una atinada reflexión sobre hábitos de consumo. No está de más recordar que cada cierto tiempo en nuestro centro se recogen alimentos, lo que nos indica que cerca de nosotros muchas personas no tienen cubierta hoy en día la necesidad de comer, un derecho básico.
El otro día fui con un familiar a un desfile y al terminar nos invitaron a todos los asistentes a una sencilla comida en el recinto.
Cuando terminamos aquel pequeño festín, me quedé observando la forma descontrolada en la que se tiraba la comida que no se había consumido. Y no eran unas simples sobras, sino panes enteros o ligeramente pellizcados, platos y platos de arroz casi intactos, botellas de agua prácticamente llenas, tapas de diferentes embutidos... No parecían darle ninguna importancia y tiraban bruscamente a la basura todos estos restos, sin pensar en que podrían tener alguna utilidad para alguien que necesitaría esos alimentos.
Pensé en todos esos niños que cada día luchan por conseguir ese trocito de pan o en aquellos padres que cobran una miseria e intentan hacer todo lo posible para que sus hijos y toda su familia puedan comer lo suficiente. Todo ello también me hizo pensar en lo afortunados que somos al tener un plato de comida cada día puesto en la mesa al llegar a casa y encima rechistar a veces porque nos pongan de comer otra vez lentejas o cualquier otra cosa que no nos gusta, sin pararnos a pensar en las personas que no se lo pueden permitir... Pero, oye, que España va bien...
Algunas ideas para evitar que la comida termine en la basura pueden encontrarse aquí y aquí también
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